Hablemos de setas. Pero hablemos bien, sin cuentos hippies ni cuentos de hadas. Las setas, al menos las que contienen psilocibina, no son el típico pasatiempo para “abrir la mente” mientras suena música chill en una cabaña de madera. Las setas no son para todos, y mucho menos para tomarlas a lo loco.

Para empezar, clasificar setas no es precisamente sencillo. ¿Por qué? Porque el reino fungi es un terreno caótico que se ríe en la cara de las categorías tradicionales. No son plantas, no son animales, son su propio rollo. Algunas especies son comestibles, otras te mandan al hospital con fallo hepático, y otras —como las del género Psilocybe— te abren la mente o te la desmontan según el día y la dosis. El margen de error no es precisamente amable, así que mejor saber lo que se hace.

¿Qué es la psilocibina y por qué tanto revuelo?

La psilocibina es un alcaloide psicodélico presente en varias especies de hongos, y al ingerirla, el cuerpo la convierte en psilocina, que es la que realmente hace el trabajo sucio (o bello, según cómo lo mires). No es nueva, ni una moda moderna. La usaban pueblos indígenas mucho antes de que llegara ningún europeo a plantar cruces y culpas por todas partes.

¿Aplicaciones? Varias, y cada vez más respaldadas por estudios serios: desde tratar depresión resistente hasta aliviar ansiedad existencial en pacientes terminales. También hay estudios sobre su utilidad para el trastorno obsesivo-compulsivo, adicciones, trastornos alimenticios, e incluso para ayudar a la gente a hacer las paces con traumas de esos que se quedan incrustados en el alma como astillas invisibles. ¿Milagro? No. ¿Prometedor? Sin duda.

Mi reencuentro con las setas… y con MycoBag

Yo llevaba unos cuantos años sin tocar una seta. Concretamente, tres años y medio. Cuando experimenté con ellas en el pasado, lo hice con cabeza: dejando al menos seis meses entre cada viaje, con intención clara y sin frivolidades. Sabía lo que era, sabía a lo que iba, y no era para “ver dragones” ni “conectar con el universo” a lo influencer de TikTok. Era, sobre todo, para entenderme.

Y entonces llegó marzo. Spannabis. Un evento que puede ser tanto una feria cannábica como un desfile de egos deshidratados. Pero ahí, entre grinders fluorescentes y extractos con más marketing que sustancia, encontré el stand de MycoBag.

Me brillaron los ojos. Tres años y pico sin tocar seta y de repente ahí estaba, el universo guiñándome el ojo. Profesionalidad, información clara, y —sorpresa— gente que sabía de lo que hablaba. Así que me llevé un kit. Dos tiradas y media después, aquí estamos.

El cultivo y la experiencia: Cascadian Teacher, nombre y apellidos

Después de dos tiradas decentes y una cata con las variedades Cascadian Teacher, puedo hablar con algo más que intuición. Y lo que puedo decir es que estas setas no vienen a vacilar. Son potentes pero elegantes, no te dan un tortazo en la cara, te invitan a pasar. La subida es amable, te da espacio para respirar. La meseta es sólida, como una conversación que no quieres que se acabe. Y la bajada… la bajada es casi un abrazo. No hay paranoia, no hay crash emocional, solo una especie de gratitud tranquila.

La dosis fue mínima: un pedazo del culo de una seta medio pequeña. Nada heroico. No lo hice para flipar, lo hice para reparar. Para mirar hacia dentro, no hacia el techo. Y aun así, la intensidad fue más que notable. Si con eso ya se siente, imagina una dosis bien calibrada. Bienvenida, lucidez. Te echaba de menos.

El respeto se nota, y se agradece

Las setas de MycoBag tienen algo que no todas tienen: respeto. Respeto por el proceso, por quien las cultiva, y por quien las va a consumir. No van de “aquí tienes magia en un tupper”, sino de “esto es serio, trátalo como tal”. Cosa que, sinceramente, no se puede decir de muchas otras marcas —y no voy a señalar directamente a los de “crecimientos no caros”, pero quien sepa, sabe.

Y ese respeto se nota en cómo crecen, en cómo actúan y en cómo se sienten. No hay contaminación, no hay sustos, no hay sorpresas raras. Solo setas que hacen su trabajo de forma honesta, como debe ser.

Santi Setas sabe

Porque detrás de todo esto hay alguien que no necesita disfrazarse de chamán de Instagram ni recitar mantras prefabricados. Santi es cultivador, divulgador y, sobre todo, alguien que entiende que trabajar con setas es una responsabilidad. Y se nota. No hay humo, no hay postureo. Solo trabajo bien hecho.